EL CALDERO DEL EMPERADOR

MICRORRELATOS

Nicolás J. Marinelli

EL CALDERO DEL EMPERADOR

—Muéstrame lo que quiero ver —le ordenó el Emperador a aquel Caldero, que rebosaba en agua y misterios.

—¿Estás seguro? —replicó la voz que emergió de las profundidades acuosas.

—Te ordeno que muestres mi glorioso futuro. Quiero verme rodeado de lujos y poder.

—¿Más... de lo que ya tienes ahora mismo?

El Emperador se inclinó, poniendo todo su peso sobre el Caldero, y lo sacudió, haciendo que parte de su extraña agua verdosa cayera al suelo del palacio.

—No te pases de listo. Con un solo movimiento podría secarte para siempre —amenazó el Emperador, mientras se sacudía unas gotas que habían salpicado sus finos ropajes—. Muchos hombres murieron para traerte ante mí. Tú también caerás ante mi inmenso poder si no cooperas. Y llámame "Su Majestad", como todo el mundo.

El Caldero quedó inmóvil. Las ondas concéntricas de su superficie dejaron de propagarse, como lo habían hecho hasta entonces.

—Es posible que lo que vea no sea de su agrado, "Su... Majesss... tad" —replicó el Caldero, alargando ponzoñosamente la última palabra—. Lo que verá será tan real y tan impactante que jamás podrá quitarlo de su cabeza. Esas imágenes lo atraparán para siempre, Su Majestad.

—¡Hazlo de una vez! —gritó el Emperador.

Desde las profundidades de aquellas turbias aguas surgieron imágenes fantásticas: palacios de oro y marfil, joyas de todo tipo, montañas de diamantes y plata, tierras de cultivo rebosantes de esclavos, harenes por doquier. Caballos y bestias salvajes de todo el mundo se presentaron ante él.

Y en medio de toda aquella fortuna, sonriente y rebosante, estaba él... el Emperador.

No importó lo que intentaron hacer los sabios, consejeros, soldados y hasta la mismísima reina. No hubo forma alguna de apartar al Emperador de aquel Caldero y de sus malditas aguas de ensueño. Todo lo que alguna vez buscó, todo lo que siempre había deseado, estaba allí, tan vívido, tan hermoso. Tan real...

Las arenas del tiempo no tardaron en tragarse el recuerdo de aquel lejano reino, que sólo dejó como prueba de su existencia un destruido palacio, en cuyo interior se encontró un esqueleto coronado, aferrado a un quebradizo y reseco Caldero.