EL FAMILIAR

MICRORRELATOS

Nicolás J. Marinelli

EL FAMILIAR

Azucena desapareció el anteaño. Se fue al anochecer y jamás regresó. Ella no fue la única. En los diez años que lleva abierto el ingenio azucarero, ya han desaparecido cinco muchachas. Todas estaban solas. Todas fueron enviadas allí por el patrón.

Reunidos alrededor de la guitarra, los peones comentan que, para salvar su empresa, el patrón hizo un pacto con "el innombrable" y que este dejó una bestia para vigilar que se honre el acuerdo.

Todos los hombres susurran un nombre: “El Familiar”. Dicen que se trata de un perro endemoniado, la misma encarnación del mal. Las versiones difieren, aunque todas coinciden en algo: quien enfrenta a la bestia negra desaparece sin dejar rastro.

Hoy, por la noche, si nadie hace nada, volverá a suceder. El patrón enviará a una muchacha al sembradío y cumplirá, una vez más, con el siniestro ritual. Sin embargo, esta vez, algo será diferente. Esta vez, lo detendré.

Le alcanzo el tercer mate al patrón, que comienza a sorberlo despacio, mientras mira con ojos achinados en dirección al cañaveral. Con paciencia, espero hasta que pierde por completo el conocimiento. Los yuyos han surtido efecto. Hoy, al fin y después de mucho tiempo, ninguna mujer desaparecerá.

Pasan las horas y cae la noche. Desde el cañaveral me llega un grito ahogado. No lo comprendo, no debería estar pasando. El patrón aún sigue dormido. Sin dudarlo, me interno entre las densas cañas. La luna llena ilumina el sinuoso camino. A lo lejos, algo se agita. Con temor pero con firmeza me acerco y veo a la muchacha. Sus ropas están rasgadas y las lágrimas caen de su rostro. A su alrededor, no hay ningún perro negro, ninguna bestia infernal, ningún ente sobrenatural... Mis ojos solo ven lo que jamás hubiese querido ver: los peones. Sus miradas están desencajadas y sus cintos rozan el suelo, balanceándose de un lado a otro. Babean, hervidos en lujuria. La muchacha me mira con gesto de desesperación y súplica. Contengo la respiración y me lanzo sobre los hombres a los que alguna vez creí conocer, sabiendo que lo que alguna vez tuvieron de humano ya se lo ha llevado la zafra.