
LA CASA SOBRE LA COLINA
MICRORRELATOS
Nicolás J. Marinelli

En mi juventud, un amigo del barrio y yo visitamos una casa en ruinas en las afueras de la ciudad. La casa estaba, y está actualmente, emplazada sobre una colina sin árboles. Dentro de ella, hay un cuarto con una puerta azul. Sobre la puerta, escrito con letras grandes y rojas, hay una advertencia que dice: “Quien abra esta puerta, conocerá todos los placeres del mundo, pero también todos sus horrores.”
Aún recuerdo el escalofrío que recorrió mi espalda cuando mi amigo Tomi abrió la puerta. Recuerdo salir corriendo. Recuerdo los gritos. Recuerdo huir entre los árboles sin atreverme a mirar atrás.
La policía nunca encontró a mi amigo, y yo jamás tuve el coraje de regresar allí. Hasta ahora. Parado frente a la puerta que tantos años me torturó, comienzo a temblar, pero me controlo. Ya soy un anciano y no tengo nada que temer. Giro el picaporte, y el pestillo de la puerta azul se libera. La puerta se abre, y una luz muy brillante me ciega. Entonces es ahí cuando escucho la voz de mi amigo: ¡la voz de Tomi que me llama! Aún temeroso, me inclino hacia adelante, y casi sin poder creer que al fin me atreviera después de tantos años, cruzo el umbral.
Casi de inmediato, siento cómo unos brazos fuertes me rodean y comienzan a jalar de mí. Siento que no puedo ofrecer resistencia, y los brazos por fin me sacan a un espacio más amplio y frío, muy frío.
Ahora estoy colgando de cabeza mientras me sacuden. Intento pedir ayuda, pero todo es inútil; solo un grito ahogado nace de mi garganta. Comienzo a perder el conocimiento y, sin comprender del todo lo que está pasando, siento cómo una figura, envuelta en un brillante blanco, me cubre con una especie de manta abrigada y cálida. Ya no tengo fuerzas y me rindo a mi destino. Antes de desmayarme, solo alcanzo a oír a alguien decir: “Felicidades, es una niña.”