
LA CONDENA
MICRORRELATOS
Nicolás J. Marinelli

LA CONDENA
Tuvo la certera sensación de que había estado allí antes. Estaba bastante seguro de que ya había pasado por ese oscuro corredor alguna otra vez, pero le era imposible hilar las imágenes claramente. Tenía una comezón en su interior que le hacía preguntarse si por fin había cedido a la locura. Ningún condenado caminaba dos veces por ese pasillo de la muerte.
Mientras lo sujetaban del brazo y lo hacían avanzar esposado, intentaba comprender lo que le sucedía. Racionalmente, entendía que pasar por allí otra vez era físicamente imposible. La distancia que separa las celdas de la cámara de inyección letal solo se recorre vivo en un sentido, pero esa “sensación” no se le quitaba.
Cuando por fin lo recostaron sobre la fría camilla, ni siquiera se resistió. Sentía, extrañamente, que lo que le estaban haciendo era lo correcto. Un instante después, unas gruesas correas lo sujetaron con fuerza, mientras la aguja del segundero del reloj del salón avanzaba inexorablemente, ya no en círculos, sino en una espiral que arrastraba tras de sí el anunciado final que le esperaba.
A las seis y once, los tres verdugos designados para la ejecución bajaron al mismo tiempo las palancas que accionaban el mecanismo de inyección. El veneno comenzó a recorrer su cuerpo; ya no había vuelta atrás. Cuando su sistema empezó a colapsar, recuperó súbitamente la perspectiva de las cosas. Sintió cómo se alejaba a gran velocidad de la camilla y pudo percibirse a sí mismo, libre de ataduras. Se sintió aliviado cuando notó que respiraba normalmente. Pero, desde una de sus manos, una perturbadora y fría sensación metálica lo obligaba a desviar la vista. No quería dejar de ver cómo su cuerpo, tras el vidrio, iba perdiendo fuerza y desfallecía. Agobiado por el grotesco espectáculo, al fin volteó para mirar. Pudo observar cómo su mano izquierda sostenía una de las palancas de ejecución. Se sintió aliviado al saber que él jamás había estado en peligro real y que todo había sido una invención de su mente. Experimentó la felicidad de seguir vivo. Aunque, en lo más profundo de su ser, sabía con certeza que una parte de él se había ido con ese reo y que mañana, una vez más, debería repetir la condena.