
TERCER OJO
MICRORRELATOS
Nicolás J. Marinelli

Una araña, diminuta como una moneda pero mortalmente venenosa, comenzó a subir lenta y cuidadosamente por el cuerpo del hombre. Primero, ascendió por la pantorrilla, luego por el muslo, hasta alcanzar la cintura, que superó con ágiles movimientos de cada una de sus ocho patas. Recorrió el largo torso cautelosamente y al llegar al cuello, el arácnido tuvo aún más precaución que antes, deslizándose como una patinadora sobre el hielo más frágil. Una vez en la puerta misma del oído, se detuvo a percibir el ambiente.
Hasta que, en un momento de decisión, recorrió el corto tramo que la separaba del entrecejo, y allí se quedó nerviosa y tensa, temiendo ser aplastada. Entonces, la pequeña araña contempló los párpados semiabiertos y los ojos traslúcidos, e intentó ser lo más cuidadosa posible para no turbar al hombre en su descanso. Aunque bien podría haberlo mordido al tipo en pleno cuello. Eso no hubiese cambiado nada.
A través de sus ochos diminutos ojos, la araña observó cómo de un hueco circular en medio de la frente manaba un extraño líquido rojo carmesí.